En mi carácter de intelectual argentino que vive en el interior del país, me
dirijo a usted como uno más entre millones de argentinos que la
votamos en octubre pasado, pero también porque fui de los primeros en
poner en duda, públicamente, la construcción del llamado Tren Bala.
Lo hice desde el inicio de los anuncios, en mayo de 2007, en la revista
Debate y en los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Norte (Resistencia) . De hecho
fui uno de los primeros periodistas que subrayaron la grosera contradicción que es semejante obra en un país
ferroviariamente devastado como el nuestro. Por eso me sentí aludido en su duro
discurso y me permito replicar con todo respeto sus afirmaciones.
Mi argumentación fue –y la reitero– que más allá de que los trenes bala
(el Intercity alemán, el TGV francés o el AVE español) requieren un
contexto tecnológico y sociocultural que nosotros no tenemos, en un
país en el que los ferrocarriles fueron destruidos de manera vil, y
donde el sistema de transporte está colapsado, no tiene sentido ejecutar obras que
beneficiarán a pocos pasajeros, los más ricos de las tres más grandes ciudades
argentinas. En los AVE españoles, por ejemplo, la capacidad máxima es de 329
pasajeros (38 en Primera, 78 en Preferente y 213 en Turista) y el costo del
boleto Madrid-Sevilla, por ejemplo, es de entre 115 y 174 euros.
Calculando un promedio de 130 euros para esa distancia (538 kilómetros), implica
un costo de 24 centavos de euro por kilómetro. Si lo pasamos a $4,50 por euro,
un viaje a Rosario (300 kms) costará $324. Y a Mar del Plata (400 kms) $432.
Esos precios sólo podrá pagarlos una elite. Y si acaso llegaran a ser más bajos será mediante subsidios, con lo que todos los argentinos terminaremos pagando los viajes de esa pequeña clase privilegiada.
Por eso en mis primeras críticas a estos trenes escribí que el anuncio original de que el tren bala Retiro-Rosario
costaría 1320 millones de dólares (unos 4000 millones de pesos) conducía insoslayablemente a
pensar que semejante masa de dinero podría invertirse –con muchísimas ventajas– en
la rehabilitació n de ramales que refuncionalizarí an nuestro degradado sistema con vías renovadas y trenes comunes mejorados, tanto para el transporte de mercancías como de personas.
¿No sería más sensato contar con trenes de velocidad moderada como el Talgo,
que corre a 120 kilómetros por hora y bien podría llegar a Bahía Blanca, Salta, Bariloche, Mendoza o Posadas, y unir al país transversalmente de manera que un misionero que va a Jujuy o Neuquén
no tenga que pasar por Buenos Aires, por caso?
Esto alentaría, además, una fenomenal recuperación económica en varias provincias.
No soy especialista en trenes, pero algo sé de sentido común y puedo entrever varios problemas colaterales: un tren bala exige una infraestructura de vías especial (el ancho de vías de los europeos es de 1,668 metros); electrificació n integral (el AVE utiliza corriente alterna a 25.000 Volts y 50 Hz); protección exterior de las vías con muros o vidrios blindados a ambos lados; señalamiento y comunicaciones sofisticadas con las formaciones en marcha; estaciones intermedias hoy inexistentes; enormes costos de mantenimiento y varios etcéteras.
Ahora mismo, usted anunció el tren bala Buenos Aires-Mar del Plata, a un costo de 600 millones de dólares para que viajen 300 personas en poco más de dos horas, a 250 kilómetros por hora. Yo me pregunto: ¿no sería más razonable y barato estimular la aeronavegació n, hoy en tal estado terminal que apenas hay uno o dos vuelos diarios a Mar del Plata, cuando hace años había decenas?
Respetuosamente, Señora, pienso que está mal asesorada. Y es que en su Secretaría de Transporte sigue como titular el señor Ricardo Jaime, que en mi opinión y la de millones de argentinos (estoy convencido de ello, porque los veo padecer) es el más inepto funcionario de la gestión de su marido y de la suya. A la vista está su obra: el colapso ya inaguantable de la aviación comercial; los absurdos subsidios a los pésimos servicios ferroviarios y el deficiente sistema vial que hace que este país todavía no tenga autopistas transversales.
Tanto o más que la crisis energética, hoy el transporte es el mayor freno al desarrollo de la Argentina. Es imposible una política seria de industrializació n, pleno empleo e inclusión social en un país desconectado como el nuestro. Es imposible combatir la pobreza y la indigencia que persisten, cuando provincias enteras han sido y son privadas de ferrocarriles y líneas aéreas, y sus caminos son deplorables.
La aeronavegació n comercial en Brasil, México, Colombia o Venezuela está a cargo de docenas de aerolíneas que cubren extensos territorios.
En cambio nosotros tenemos provincias que tuvieron seis o siete vuelos diarios y ahora sólo uno, o ninguno. Y no basta la condena a Aerolíneas Argentinas, que al fin y al cabo es una empresa privada, extranjera, que bien o mal ha invertido aquí y quiere ganar dinero, lo cual está perfecto. El problema no es esa compañía, sino el descontrol de una gestión oficial ineficiente y dañina.
Entonces, ¿no tenemos el derecho –y como intelectuales, la obligación–- de preocuparnos ante la posibilidad de que los trenes bala sean igualmente descontrolados, además de caros? ¿Es desmesurado pensar en todo lo bueno que se podría hacer en materia ferroviaria con los miles de millones de dólares que costarán los bala? Decir todo esto no es tratar "los temas con ligereza"
, Señora, ni es resistencia a los cambios. Sé que usted me lee, y entonces sabe que no formo en las filas, precisamente, de lo que usted bien llamó "el pensamiento conservador". Y si cabe una confesión cívica, yo la voté a usted Muchos la votamos esperando que usted continúe lo mejor de la gestión de su marido (Educación, Cultura, Defensa, Derechos Humanos, Cancillería, Corte Suprema de Justicia) Pero también la votamos con la esperanza de que su gobierno termine con la corrupción; los organismos de control que controlan mal o nada; el clientelismo y la política como negocio y mil asuntos más, como la discriminació n gremial a la CTA.
Para terminar, con absoluta honestidad y sin ironía alguna, le confieso que no sé si esto que escribo tiene el rigor intelectual que usted demanda, pero sí le aseguro –con el mayor de los respetos– que usted en este asunto está equivocada. Y es mi opinión que la están asesorando mal quienes acaso tienen, como sospechan muchos argentinos, intereses poco transparentes.
Acepte, por favor, mi saludo más respetuo
so.Debate y en los diarios La Voz del Interior (Córdoba) y Norte (Resistencia) . De hecho
fui uno de los primeros periodistas que subrayaron la grosera contradicción que es semejante obra en un país
ferroviariamente devastado como el nuestro. Por eso me sentí aludido en su duro
discurso y me permito replicar con todo respeto sus afirmaciones.
Mi argumentación fue –y la reitero– que más allá de que los trenes bala
(el Intercity alemán, el TGV francés o el AVE español) requieren un
contexto tecnológico y sociocultural que nosotros no tenemos, en un
país en el que los ferrocarriles fueron destruidos de manera vil, y
donde el sistema de transporte está colapsado, no tiene sentido ejecutar obras que
beneficiarán a pocos pasajeros, los más ricos de las tres más grandes ciudades
argentinas. En los AVE españoles, por ejemplo, la capacidad máxima es de 329
pasajeros (38 en Primera, 78 en Preferente y 213 en Turista) y el costo del
boleto Madrid-Sevilla, por ejemplo, es de entre 115 y 174 euros.
Calculando un promedio de 130 euros para esa distancia (538 kilómetros), implica
un costo de 24 centavos de euro por kilómetro. Si lo pasamos a $4,50 por euro,
un viaje a Rosario (300 kms) costará $324. Y a Mar del Plata (400 kms) $432.
Esos precios sólo podrá pagarlos una elite. Y si acaso llegaran a ser más bajos será mediante subsidios, con lo que todos los argentinos terminaremos pagando los viajes de esa pequeña clase privilegiada.
Por eso en mis primeras críticas a estos trenes escribí que el anuncio original de que el tren bala Retiro-Rosario
costaría 1320 millones de dólares (unos 4000 millones de pesos) conducía insoslayablemente a
pensar que semejante masa de dinero podría invertirse –con muchísimas ventajas– en
la rehabilitació n de ramales que refuncionalizarí an nuestro degradado sistema con vías renovadas y trenes comunes mejorados, tanto para el transporte de mercancías como de personas.
¿No sería más sensato contar con trenes de velocidad moderada como el Talgo,
que corre a 120 kilómetros por hora y bien podría llegar a Bahía Blanca, Salta, Bariloche, Mendoza o Posadas, y unir al país transversalmente de manera que un misionero que va a Jujuy o Neuquén
no tenga que pasar por Buenos Aires, por caso?
Esto alentaría, además, una fenomenal recuperación económica en varias provincias.
No soy especialista en trenes, pero algo sé de sentido común y puedo entrever varios problemas colaterales: un tren bala exige una infraestructura de vías especial (el ancho de vías de los europeos es de 1,668 metros); electrificació n integral (el AVE utiliza corriente alterna a 25.000 Volts y 50 Hz); protección exterior de las vías con muros o vidrios blindados a ambos lados; señalamiento y comunicaciones sofisticadas con las formaciones en marcha; estaciones intermedias hoy inexistentes; enormes costos de mantenimiento y varios etcéteras.
Ahora mismo, usted anunció el tren bala Buenos Aires-Mar del Plata, a un costo de 600 millones de dólares para que viajen 300 personas en poco más de dos horas, a 250 kilómetros por hora. Yo me pregunto: ¿no sería más razonable y barato estimular la aeronavegació n, hoy en tal estado terminal que apenas hay uno o dos vuelos diarios a Mar del Plata, cuando hace años había decenas?
Respetuosamente, Señora, pienso que está mal asesorada. Y es que en su Secretaría de Transporte sigue como titular el señor Ricardo Jaime, que en mi opinión y la de millones de argentinos (estoy convencido de ello, porque los veo padecer) es el más inepto funcionario de la gestión de su marido y de la suya. A la vista está su obra: el colapso ya inaguantable de la aviación comercial; los absurdos subsidios a los pésimos servicios ferroviarios y el deficiente sistema vial que hace que este país todavía no tenga autopistas transversales.
Tanto o más que la crisis energética, hoy el transporte es el mayor freno al desarrollo de la Argentina. Es imposible una política seria de industrializació n, pleno empleo e inclusión social en un país desconectado como el nuestro. Es imposible combatir la pobreza y la indigencia que persisten, cuando provincias enteras han sido y son privadas de ferrocarriles y líneas aéreas, y sus caminos son deplorables.
La aeronavegació n comercial en Brasil, México, Colombia o Venezuela está a cargo de docenas de aerolíneas que cubren extensos territorios.
En cambio nosotros tenemos provincias que tuvieron seis o siete vuelos diarios y ahora sólo uno, o ninguno. Y no basta la condena a Aerolíneas Argentinas, que al fin y al cabo es una empresa privada, extranjera, que bien o mal ha invertido aquí y quiere ganar dinero, lo cual está perfecto. El problema no es esa compañía, sino el descontrol de una gestión oficial ineficiente y dañina.
Entonces, ¿no tenemos el derecho –y como intelectuales, la obligación–- de preocuparnos ante la posibilidad de que los trenes bala sean igualmente descontrolados, además de caros? ¿Es desmesurado pensar en todo lo bueno que se podría hacer en materia ferroviaria con los miles de millones de dólares que costarán los bala? Decir todo esto no es tratar "los temas con ligereza"
, Señora, ni es resistencia a los cambios. Sé que usted me lee, y entonces sabe que no formo en las filas, precisamente, de lo que usted bien llamó "el pensamiento conservador". Y si cabe una confesión cívica, yo la voté a usted Muchos la votamos esperando que usted continúe lo mejor de la gestión de su marido (Educación, Cultura, Defensa, Derechos Humanos, Cancillería, Corte Suprema de Justicia) Pero también la votamos con la esperanza de que su gobierno termine con la corrupción; los organismos de control que controlan mal o nada; el clientelismo y la política como negocio y mil asuntos más, como la discriminació n gremial a la CTA.
Para terminar, con absoluta honestidad y sin ironía alguna, le confieso que no sé si esto que escribo tiene el rigor intelectual que usted demanda, pero sí le aseguro –con el mayor de los respetos– que usted en este asunto está equivocada. Y es mi opinión que la están asesorando mal quienes acaso tienen, como sospechan muchos argentinos, intereses poco transparentes.
Acepte, por favor, mi saludo más respetuo
Mempo Giardinelli (chaqueño, escritor y periodista)
Pagina12
Publicado por el:
FORO OFICIAL DE LA ASOCIACIÓN AMIGOS DEL TRANVÍA
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